Hacía tanto tiempo que no lo veía entrar a esa oficina. En todo este tiempo en lugar de extrañarlo, había experimentado cierta sensación de paz al ver aquel escritorio unas veces vacío, y otras con alguien jugando a ser Él, actuando como Él, y creyendo ejercer el mismo poder, pero sin tener idea de que mi mirada debía emanar el alivio de una libertad, que no sabía cuanto iba a durar, pero intuía que sería el tiempo suficiente para dejar sin efecto esa extraña sensación de impotencia-sumisión, que me inundaba cuando lo tenía frente a mi.
Sabía a lo iba, y sólo bastaron algunas palabras, para que acudiera a su encuentro, esta vez con las ideas más claras, pero incluso así, me costaba horrores dominar mi cuerpo, y sobretodo impedir que me delatara, que confesara lo vulnerable que podía ser ante aquellos casi dos metros de humanidad, que si bien no despertaban ningún bonito sentimiento, podían descolocarme de tal manera, que mi llamada inteligencia emocional, podía verse tan quebrantada ante alguien, que desde el principio supe quien era, y como actuaba; pero ahí estaba, con el escritorio separandome de aquellos ojos que escrutaban cada centímetro de mí, como tratando de arrancar mi piel, y romper de una vez las barreras que sabía que yo había levantado, a pesar de los besos y los abrazos, desde el mismo momento en que se despidió.
Esta vez la lucha fue distinta, no sólo porque rompimos con la rutina, y ya no era él quien estaba arriba, quien marcaba el ritmo mientras sus ojos me contaban que disfrutaba cada una de sus acometidas, movimientos brutales que me dejaban sin control, y sin ganas de seguir. Ahora era yo, quien no estaba dispuesta a dejar de dominar la situación, aunque cómo siempre, él llevara todas las probabilidades de ganar. Necesitaba dejarle claro lo que una vez había tenido entre manos, y el cambio que había sufrido en su ausencia. A estas alturas, y totalmente desnudos, no me podía permitir perder, quedarme con el cuerpo vacío y el alma llena de impotencia, hasta la próxima vez que estuviésemos cara a cara.
Si, lo confieso, usé mi cuerpo, palabras sonrisas, gestos, brillos y destellos, uñas y dientes, incluso ese puchero del cual conozco perfectamente su efecto, y que hasta hoy, Él no conocía.
Confieso que nuevamente disfrutó nuestro encuentro, pero ahora yo también lo hice, imcluso que llegó a parecerme divertido, cuando noté que él era incapaz de sobreponerse a mi ironía y a lo tentador que me resulta manipular ese tipo de situaciones. Salí de su oficina agotada, pero satisfecha de dejar atrás a un tipo sin argumentos suficientes, como para lograr que me quedara.
Era la primera vez, que me atrevía a decirle a ese hombre lo que realmente pensaba de su comportamiento, porque todas las veces anteriores terminaba dejándome someter por algo que aún no sé definir, pero que por ahora llamaré prepotencia, no sólo por su actitud, sino por sentir la manera tan estúpida como me había dejado “abusar” emocionalmente, con la consiguiente rabia de guardarme todo,hasta que se me presentase una nueva oportunidad.
No siento que perdí, pero sé perfectamente que él ganó solamente por ser quien es. Yo sólo obtuve tres, y mi ex jefe quizás uno (máxima calificación en la empresa que me pagó el sueldo)...pero en fin, ya terminaron las evaluaciones de desempeño.